lunes, 19 de diciembre de 2011

El Templo romano: Panteón de Agripa



El emperador no es sólo el jefe militar, sino también el sumo sacerdote del Imperio, y entendía el culto y la construcción de los templos dedicados a los dioses, como una de sus tareas más sublimes. El Senado y las ciudades del Imperio, así lo entendían también, y construían los templos en honor de sus emperadores deificados.

La diferencia principal del templo romano respecto a su modelo griego es que las gradas se ven reemplazadas por el pódium o basamento de paredes verticales, que sólo tiene gradas de acceso en el frente de su fachada anterior. La cella, simple o dividida en tres partes, cubría toda la anchura del podio y llegaba también hasta el fondo, dejando en la parte delantera un profundo pórtico. En su cara externa mantiene una decoración de semicolumnas embebidas en el muro para conservar la semejanza con el templo períptero griego, pero pierde uno de los mayores atractivos, el peristilo. La mejor perspectiva de un templo griego se capta desde una esquina, porque revela inmediatamente sus principales dimensiones y su independencia como edificio exento. En el caso del templo romano esta perspectiva es menos satisfactoria.

El diseño de interiores es otra aportación de la arquitectura romana. El templo más antiguo conservado es el de la Fortuna Viril, en Roma con pódium de ascendencia etrusca.

Junto a este tipo de templo rectangular, se desarrollaron también otros circulares, como el de Vesta, en la plaza del foro romano, dedicada a la diosa protectora de la familia y el Estado.

El templo romano que en mi opinión es el más destacable por su curiosa planta circular y su gigantesca cúpula, es el Panteón de Agripa. Fue mandado construir por el emperador Adriano (117-138) al arquitecto Apolodoro de Damasco, como morada de todos los dioses, y que Miguel Ángel definió como “visión angélica y no humana”. Enorme edificio sin más columnata que la de su pórtico de ingreso, octástilo, que nos lleva al templo griego. Planta circular, muros de hormigón y ladrillo, alternando capillas grandes rectangulares con otras pequeñas semicirculares. Se cubre con una gran cúpula de media naranja de cuarenta y tres metros de diámetro, igual que su altura, así el gran hemisferio que descansa sobre el amplio “tambor” parece formar una esfera de espacio que se relacionaría con la bóveda celestial. Está decorada con grandes casetones, en su tiempo revestida de oro, y que constituyen una gran contribución estética al aspecto de la cúpula, porque hacen aparente su esfericidad definiendo la curva y el retroceso mediante luces y sombras y una perspectiva aplicada sutilmente. Está iluminada por una claraboya de nueve metros, que inunda de luz el edificio y proyecta sobre sus paredes un círculo de luz móvil. Contra lo que había sucedido en el templo clásico, se piensa por primera vez más en el interior que en el exterior, de ahí la importancia de los revestimientos de mármol y el juego de capillas que amplían el espacio.

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